IX. De Roma a Paris
Introducción EL palacio Farnesio, que el duque de Parma había puesto a disposición de Cristina, era una verdadera joya del Renacimiento. Fue comenzado por Antonio de San Gallo, el joven, y terminado por Miguel Angel y Vignola. Los frescos que adornaban su interior eran debidos a los hermanos Agostino y Aníbal Carracchi. Estaba lleno de la más hermosa colección de esculturas antiguas que se conocía en Roma; había allí toda clase de objetos del Renacimiento y de la época del barroco; preciosos cuadros, entre ellos uno del papa Paulo III, pintado por Tiziano. Paulo III, que pertenecía a los Farnesio, había mandado construir en el segundo piso una gran biblioteca. Esto colmó la dicha de Cristina, quien, una vez recorridas todas las dependencias del palacio, eligió como dormitorio una bella habitación que, formando esquina, tenía salida a una terraza que daba al Tíber. Quedó designado como sala de audiencias el Salón de los Césares, llamado así porque contenía los bustos de los emperadores.
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