Polaris

06/09/2010 1.792 Palabras

La Estrella Polar resplandece con pavorosa luz a través de la ventana norte de mi cuarto. Ahí luce, siempre, durante las largas e infernales horas de oscuridad. Cada año, en el otoño, cuando los vientos del norte quejan y maldicen, y en el pantano los árboles de rojizas hojas murmuran entre ellos, en las breves horas de la madrugada, bajo la astada luna menguante, me sentaba en la cornisa de la ventana y observaba esa estrella. Titubeante, bajaba Casiopea de las alturas como si las horas la vistieran; mientras Charles Wain, moviéndose con dificultad en la húmeda bruma del pantano, se sumerge entre los vacilantes árboles que inclina el viento de la noche. Justo antes del alba, Arturo cintila toscamente sobre el cementerio de la colina lejana y Coma Berenice luce siniestra en el misterioso Este. Pero la Estrella Polar continúa brillando espantosa en el mismo sitio de la negra bóveda, como un vigilante ojo insensato que se esfuerza por transmitir algún mensaje extraño del que...

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