V. Premonición de tierra caliente
EN el trasatlántico francés Havre, que procedía de Amberes, y en el puerto de El Havre, embarca Valle-Inclán para México —como él había de pronunciar y escribir siempre— un día de marzo, lluvioso y con afanes primaverales, del año 1892. La fuerza centrífuga de su inmensa sed de aventuras le impulsa al Nuevo Mundo. En su magín anidan los más fabulosos proyectos. Sin embargo, a veces, tiene horas de desmayo y piensa que todo está en el más peligroso y escurridizo de los aleros. Sólo Dios puede prever su suerte en lo porvenir. El futuro escritor, en son de emigrante, cuenta veinticinco años de edad. Los días largos y espaciados de la mar, sus noches misteriosas y como cargadas de malos presagios —en particular para los pasajeros que no hacen la travesía en clase de lujo—, causan una irreprimible tristeza en el ánimo de Valle-Inclán. Se aburre y sólo encuentra un momento de calma, calma hasta a veces apasionante, cuando, alejado en un rincón, acurrucado en...
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